CASA CASTELLANAUR (TARRAGONA) playerbcn1


Uno de los edificios emblemáticos de Tarragona es la Casa Castellarnau. Una casa señorial, del siglo XIV, que, junto a dos casas adyacentes, adquirió esta poderosa familia burguesa. En el año 1542 se hospedó en ella el rey Carlos I durante un periodo de tiempo que pasó en Tarragona. El emperador quedó prendado de las bellezas de la ciudad y paseando por el actual “Passeig de les Palmeres” exclamó: “Este es el mejor balcón al mar que existe en mis estados”. Esta frase real dio expresión al actual “Balcón del Mediterráneo”, que bordea el paseo con una bella baranda modernista donde los ciudadanos se asoman al mar al final de su paseo por la rambla.

Los tarraconense no son suficientemente conscientes de la gran aportación que hizo la familia Castellarnau durante sucesivas generaciones a la ciudad. Muchos de sus miembros destacaron en distintos campos, pero entre ellos brilla José Antonio de Castellarnau i Magrinyà, caballero de la Real Orden de Carlos III, Diputado en Cortes, varias veces regidor y que tuvo un especial protagonismo durante el sitio de 1811, en la Guerra de la Independencia.




José Antonio de Castellarnau fue el principal promotor para la construcción del puerto de Tarragona, clave, incluso hoy, del desarrollo económico de la ciudad.  Fue tan grande su interés que incluso llegó a desembolsar grandes cantidades de dinero, que adelantó sin interés para que las obras no se retrasaran. Un documento municipal de 1794 reconocía los numerosos cargos que había tenido el seños Castellarnau y “con todo, jamás ha solicitado ni se le ha considerado gratificación ni sueldo alguno”.
Pero el apellido Castellarnau no es oriundo de Tarragona, como puede ser Montoliu o Ixart, por ejemplo. El primer Castellarnau de Tarragona, don Carlos de Castellarnau, llegó de Alins, un pueblo de la Vall Ferrera, provincia de Lérida, comarca del Pallars Sobirà.
El motivo de abandonar su pueblo son las exigencias (supuestamente justas, según Josep M. De Segarra) de dos muchachas, Manuela y Francesca, que le denunciaron al corregidor de Talarn porque “con palabra de casamiento las había engañado y desflorado”. Carlos de Castellarnau marchó a Barcelona, pero fueron a buscarle y allí fue acusado y encarcelado en la Ciudadela. Posteriormente quedó en libertad por falta de pruebas, y se reconoció que “ como descendiente de la casa y familia de Castellarnau de Alins, es cavallero, y que en consecuencia debe de gozar de los privilegios e indultos correspondientes”. Él, por otra parte, asistió con una compensación económica a las dos ultrajadas para que pudiesen casarse.
Pero resulta difícil que sobre 1750 una muchacha humilde pudiera tomar una iniciativa de este tipo por muy deshonrada que hubiese sido, y aún resulta más difícil de imaginar que del proceso, aunque el acusado saliera libre, resultara una compensación económica voluntaria, para que ella pudiera casarse y limpiar su honor, y esa circunstancia se produjo por partida doble.



En 1728 murió sin descendencia Baltasar de Castellarnau, representante de la rama principal del linaje. Parece ser que su viuda, Doña Teresa d’Horteu, reclamó para sí todas las propiedades que legalmente tenían que pasar a la familia directa del finado. El parentesco de la viuda con la esposa del corregidor de Talarn y la amistad de la familia de una de las ultrajadas con este favoreció el desarrollo del proceso. Así lo entendió el señor Castellarnau, quien, además de reclamar su herencia, el 12 de septiembre de 1746 redactó un manifiesto en el que reclamaba “el castigo correspondiente al Acusador” del cual no menciona el nombre.
El pueblo llano, pero, ha creado diversas leyendas alrededor de la Casa Castellarnau, que no recogen las bondades de esta familia para con la ciudad.
Como las leyendas generalmente son fruto de comentarios con escasa base real, resulta difícil concretar a cual de las generaciones de la saga corresponde cada episodio.
Don Carlos de Castellarnau, ya en Tarragona, se casó por poderes el 10 de Abril de 1749 con Maria Magrinyà i Porta, hija única (pubilla) de una rica familia de Vila-seca, cuya herencia familiar pasó íntegramente a la casa Castellarnau.
Fruto de envidias populares ante tan gran patrimonio nació la leyenda de emparentar a la familia de la desposada con un pescador y bandolero, Esteve Magrinyà, que fue ajusticiado públicamente en 1721.

Tan intenso fue el rumor que el padre de la novia, Francesc Magrinyà, y su hermano, el doctor en derecho Josep Magrinyà, consideraron que podía afectarles negativamente y recurrieron al teniente del corregidor de Tarragona en demanda de protección, de lo cual se emitió sentencia en la que se decía que no existía parentesco alguno con Esteve Magrinyà malhechor, castigado, y, por lo tanto, quien los trate como tales o divulgue tal injuria podrá ser castigado.

La iniciativa del proceso surgió de un conjunto de intereses ajenos o paralelos al lío de faldas. La pérdida de poder económico de la familia fue patente, especialmente después de la Guerra de la Independencia.  Si bien pudo deberse a donaciones altruistas a favor de la ciudad e inversiones fallidas (que las hubo), también se atribuye a la fama de jugador del señor Castellarnau (no sé cual),  y se ilustra en la anécdota sobre las apuestas que se organizaban en su casa, en las cuales, después de haber perdido grandes sumas, Castellarnau se jugó las escaleras de su casa con el propietario de la casa vecina, y las perdió.  Cuenta la leyenda que al día siguiente el vecino cobró su deuda, y durante unos días desmontó las escaleras de Castellarnau para reconstruirlas en su propia mansión, situada en la casa vecina de la calle Cavallers, donde permanecen todavía en la actualidad.
Así mismo se cuenta que la señora Castellarnau, cada día por la mañana, asomaba al balcón que da perpendicularmente a la calle del Compte, ligera de ropas y se desperezaba.
Esta costumbre ocasionó que, a media mañana, la calle estaba repleta de obreros que hacían un descanso y aprovechaban para disfrutar de tan singular espectáculo.
Muchos son los que, hasta hace muy pocos años, temían pasar cerca de la casa por la noche, y muchos trabajadores, albañiles, fontaneros, electricistas... incluso cuando se estaba rehabilitando la casa para convertirla en museo, por nada del mundo querían trabajar allí, todo ello debido a los escalofriantes gritos que a veces se oían y que nadie podía localizar, y a otros fenómenos paranormales.
La explicación popular afirmaba que los Castellarnau tuvieron una hija enferma, mucho tiempo recluida en una habitación acolchada para que no se auto lesionara, y que continuamente emitía unos desgarradores gritos que impactaron en el subconsciente colectivo de la ciudad.
La leyenda no aclara de quien era hija esta pobre enferma.

En mi búsqueda he encontrado que Josep Antoni de Castellarnau (hijo de Carlos de Castellarnau) tuvo once hijos, de los que sobrevivieron siete. La hija mayor, Joaquima, nació el 6 de Mayo de 1787 y se sabe que en Octubre de 1816 (a los 29 años) todavía vivía y estaba soltera. Precisamente esta circunstancia de que una pubilla de tan buena casa permaneciera soltera a tal edad deja entrever  la existencia de algún problema grave. ¿Fue ella, tal vez, la desdichada que inquietó a los vecinos con sus lamentos que permanecen en la casa después de casi 200  años?





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